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teatro-mínimo nº tres
ISSN 2254-5999

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Directora:
Yolanda Pallín
Consejo Editorial:
Yolanda Pallín, Itziar Pascual y Pedro Víllora

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TEATRO DE LAS PALABRAS

Un taller de escritura ocupa un lugar en el espacio pero es un estado mental.
El escritor siempre escribe sólo. Tarde o temprano vuelve a su habitación propia, a su reducto, o guarida, y se enfrenta con el folio en blanco. Cuando el escritor forma parte de un taller esa blancura refulge porque devuelve, multiplicada, la potente luz del trabajo previo. El taller, como el mismo teatro, rescata al autor de una soledad voluntaria, elegida y necesaria.
Primero está la incitación, a veces certera; otras vacilante. La primera idea. La sensación cazada a lazo o la reflexión ante lo que la vida nos ofrece a diario. Todo es material de trabajo. Cualquier estímulo puede ser incorporado por el escritor a su arte. Un escritor es, ante todo, una potente máquina de reciclado. Porque, como bien sabemos, no hay nada que podamos imaginar que no haya sido ya imaginado. Y sin embargo, permanece la convicción de los nuevos fulgores.
El escritor de teatro, además, aventura una historia que le pone carne a esa primera materia sin contornos. Se trata de contar un cuento. Ni más ni menos. A veces los cuentos son diáfanos y otras opacos, pero en ellos hay espacios y tiempos, al menos los del escenario; y gentes, al menos los representantes. Cuentos fantásticos o realistas, satíricos o melancólicos, tristes o esperanzadores, que nos ofrecen una nueva mirada sobre el mundo.
A veces, antes está la idea. O eso defendemos frente a la audiencia cuando explicamos «lo que queremos contar». Aunque, muy a menudo lo primero es la historia. El «había una vez» que está sin ser mencionado. Entonces llegan las formas: hay que contar ese cuento juntando las palabras; y ahí es donde el taller ejerce una función sanadora: los compañeros de taller son nuestros primeros oyentes y lectores. Son la contrafigura del espectador. O su alter ego. En el taller de creación, la magia puede hacer acto de presencia en cualquier momento. Pero para hacer fuego hace falta frotar las piedritas con mucho empeño. Que la inspiración nos pille siempre trabajando.
Hay talleristas tímidos y también los hay osados; pero es raro que en algún momento no aparezca el pudor ante la obra incipiente, todavía torpe y balbuceante. Como el actor que ensaya un texto que apenas ha retenido en la memoria, el autor/ tallerista ha de ser capaz de mostrar su indefensión ante sus compañeros de taller.
El tallerista que aporta un nuevo material al taller es muy importante; pero el que escucha y enriquece el material del compañero con su esmero es fundamental. Un taller, de creación artística o de marquetería, es también un grupo social. Y los grupos sociales tienen sus dinámicas, sus fluctuaciones atmosféricas. Son viajes del tú al nosotros. El taller de escritura dramática se hace como el teatro: a fuerza de grupo.
Con cada promoción, en cada curso, aparece el reto de un nuevo taller. Y entonces un día te das cuenta de que el Taller es para siempre porque no hay caminos que no se hagan al andar. Golpe a golpe y palabra a palabra.

Yolanda Pallín